Quería hablar de cosas superficiales, aunque parezca grotesco y enfermizo, porque quería olvidar que entre carne y hueso tengo algo más que no puede verse, pero no le impide hacerme doler hasta la última célula del cuerpo.
Pero esta mañana no puedo, tengo un odio biliar resquemándome por dentro. Está ahí, latente en cada portazo, en cada golpe sobre la mesa, sobre cada tecla que escribo y en cada "no" que gruño detrás de una puerta cerrada.
No quiero vivir, no quiero morir.
No quiero estar, no quiero existir.
No quiero verlos, no quiero que me vean.
No quiero nada de ti ni de mí.
No quiero que se me note en la cara.
No quiero que se me note en los huesos.
No quiero que se me note, punto.
Estoy completa.
Completamente destruída, pero completa.
domingo, 6 de marzo de 2016
sábado, 5 de marzo de 2016
Un verano menos
Puedes decir que no, gracias, pero se ofenderían. Te lo han advertido cien veces ya, así que sigues comiendo. Unos, dos. Tres pasteles si con eso consigues que dejen de insistirte. Así por un mes.
Cinco días después, comienzas a sentirte como si tuvieras 10 kilos más que cuando llegaste. Sientes la piel flácida, la cintura ancha, los glúteos marcándose a través del pantalón. Observas tus piernas al andar gruesas, celulíticas.
Veinte días después, la figura maternal aparece con sus desatinados comentarios mientras comes, mientras andas, mientras la visión de tus muslos contra el cuero del asiento trasero te marea.
La psicosis va creciendo, hasta que treinta días más tarde la báscula por fin te indica que han sido 2 kilos extra y tus piernas al subir las escalas te devuelven una visión menos repulsiva.
El choque entre lo que esperabas leer en aquellos números versus lo que lees te relaja, te permites respirar más tranquila.
Ha podido ser peor, regálenme una semana.
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