viernes, 9 de septiembre de 2016

Cojo el móvil para enviar un mensaje o buscar algo y siento que no encaja en mis manos, que se me resbala de una forma más metafórica que literal, que no hay nada dentro de ese pequeño artefacto que valga la pena porque siento que no me pertenece. Que nada de lo que tengo me pertenece ya, ni mis anillos, ni mis collares, ni mis blusas ni pantalones, ni esta página maldita ni los libros que poseo. Nada. Y mientras que es fácil entender por qué estoy atrapada dentro de esta disfuncionalidad, porque no soy la misma chica de dos meses atrás, no consigo volver a ser yo. Cada vez que lo intento, que estoy a punto de atravesar el día entero siendo yo, intrínsecamente yo, una personalidad o la otra se las ingenia para encontrar el vacío legal para estafarme y cuando me doy cuenta, mi reflejo ha dejado de trasmitirme confianza y los relojes han vuelto a cero. No quiero detenerme a reflexionar sobre lo enfermo que es verme a mí misma como una, dos, tres personas. No quiero detenerme a examinar si estoy en control de mis problemas o si mis problemas están en control de mí. No quiero asfixiarme en este abismo cargado de ansiedad y odio, rabia y desprecio hacia mí misma. Quiero volver a sentir que me pertenezco, que corro al mismo paso que el tiempo y que me merezco salir, disfrutar y, joder, no sé, respirar, vivir, crecer. 

Siempre todo se reduce a kilos. Los kilos literales y los kilos metafóricos, ambos te atrapan y te anclan a la esquina de una habitación oscura.

sábado, 25 de junio de 2016

Ya nadie se pasea por aquí, yo la que menos, pero necesito una conversación honesta conmigo misma.

Junio lo puedo resumir en: comer, vomitar y subir de peso. Porque la bulimia engorda.  No consigo encontrar de vuelta la voluntad de no comer o de comer con moderación (o de hacerme creer a mí misma que alguna vez tuve moderación y por eso me mantenía en peso). Estoy llena de ansiedad. Lo digo en serio. Como hasta que mi abdomen se abulta tanto que no puedo andar derecha, hasta que me duele, y es cuando corro al baño a botarlo todo. Y tres horas más tarde, lo repito. Es así. No puedo quejarme de subir de peso, me lo he buscado. Pero duele. Ustedes mejor que nadie entienden lo que es sufrir por el peso. Y es una auténtica mierda, existiendo tanta miseria alrededor de uno, sentirse al borde un precipicio por algo tan superficial. Necesito alguien que me frente, alguien con quien hablar abiertamente de esto, porque no puedo/quiero atraer la atención sobre mí misma respecto a esto, de solo imaginarlo me enfermo más.

Necesito parar. Parar de comer y vomitar. Recuperar el autocontrol. AHORA. YA. Miedo me da hasta de hacer ejercicio, que es lo que la gente normal haría. ¿Y por qué? Porque me da asco sentir los kilos extras a mi alrededor mientras corro (o sentir los kilos extras frenándome en un medio de un abdominal) y porque me da miedo (siempre me ha dado miedo) que, en lugar de bajar de peso, solo me convierta en una masa dura y muscular del mismo porte y tamaño que tengo ahora. Esto último, por cierto, ha sido mi miedo irracional por año. Sólo hago ejercicio cuando estoy en un peso que me agrada. Pero también me pasa que alguna vez el peso que tengo ahora (el que subí) alguna vez fue el peso con que le me sentí cómoda para ejercitar. Ahora, en cambio, es un peso en el que me da miedo estancarme. 

Así de mierdosos y enredados son mis pensamientos a esta hora. Y así como nadie se pasea por aquí, no tengo a quien hablarle de esto sin que me juzgue en persona. Y, vamos, que tampoco sería capaz de articular dos palabras sinceras respecto a mis problemas de alimentación frente a alguien, pero me quejo de todos modos porque es una posibilidad que no tengo.

domingo, 29 de mayo de 2016

Es una verdadera mierda leer todas estas dietas y tips para peder peso de gente saludable ¿para qué? Para frustrarme eternamente porque ninguna de esas mierdas me va a ser útil, estoy por sobre eso, no puedo cortar más comida porque apenas como. Y cuando como vomito. Y cuando quiero ceñirme a una dieta restrictivamente sana, mi metabolismo entorpecido tras años de trastorno, la asimila igual que si consumiera lo mismo que un obeso.

Es una putada esta enfermedad de mierda, que te hace creer tan por encima de la normalidad cuando en realidad vives a metros bajo el mismo infierno.

martes, 24 de mayo de 2016

Últimamente y de manera recurrente tengo deseos de matarme, pero no de esos desquiciados como para llegar y hacerlo, sino una sensación de ¡joder, lo fácil que me sería la vida si estuviera muerta! Porque es que no quiero hacer nada, me desapasiona la vida. Digo, volvió a desencantarme todo y no encuentro mi lugar en el mundo, de nuevo. También me digo que son los hormonas, porque he vuelto a tomar pastillas anticonceptivas y me estoy acostumbrando. Vamos, que hormonas revoltosas en una mente de mierda como la mía es peligroso. Y tampoco puedo decirle a él: eh, mira, no es que sea así de desagradable todo el tiempo, quiero verte pero es que tengo que cuidarme y las pastillas me ponen loca. Porque sí, quiero verlo, pero también quiero empezar a ver a otra gente. Casi como para no sentirme una idiota esperando que me hable porque no somos nada ni sé si vamos a alguna parte ni si quiero ir a alguna parte con él. ¿Me siguen? Vale, pues no sé. Que me va muy bien la vida, salvo por las ganas intermitentes de querer desaparecer porque las pastillas me hinchan y me quedan unos cuatro kilos por bajar para estar en paz conmigo misma. 

domingo, 17 de abril de 2016

Domingo, antes de que el reloj marque el comienzo de un nuevo día, me repliego sobre mí misma y comienzo a tramar cómo haré para bajar los kilos consumidos este fin de semana lleno de melancolía, en el menor tiempo posible. Cómo, cuándo, dónde y bajo qué pretexto, podré saltarme una comida; y qué puedo comer que sea poco calórico, cuando no pueda escapar de ellas.

Así cada una de mis noches en las que doy rienda suelta a mis demonios. 

jueves, 14 de abril de 2016

Cosas que me molestan:

  • Que mi madre me pregunté si almorcé en la universidad todos los putos días.
  • Que mis amigos me digan que coma.
  • Que mis amigos se ofrezcan a comprarme comida.
  • Que se haga cualquier tipo de referencia hacia mi cuerpo.

Cosas que me agradan:
  • La sensación de mareo después de un par de cervezas con el estómago vacío.

¿Que sueno como la chica más horrible y desagradecida del mundo?
Por supuesto que me doy cuenta. 

domingo, 10 de abril de 2016

Estoy en un punto de distorsión tal que no consigo distinguir mucho de poco ni menos de más. Me abrazo en las noches los huesos salientes de mi torso y siento asco mientras en mi cabeza se entremezclan recuerdos de mi cuerpo reposando sobre su hombro, sintiéndolo avanzar bajo mi peso y la automática queja sobre no pesar nada junto con las bromas que dejo que caigan para crear cierta sensación de normalidad, riéndome de lo gorda que pueda estar. Y es que no sé, comer un plato al día me parece excesivo y no es hasta mucho más tarde, cuando recuerdo frenar mi cabeza, que me doy cuenta de que acabo de hacer una gran estupidez por algo muy pequeño. Pero luego, ¿cuál fue la estupidez y qué lo pequeño?

Así se me van los días, perdiendo la cordura kilo a kilo. 

domingo, 6 de marzo de 2016

Entre carne y hueso

Quería hablar de cosas superficiales, aunque parezca grotesco y enfermizo, porque quería olvidar que entre carne y hueso tengo algo más que no puede verse, pero no le impide hacerme doler hasta la última célula del cuerpo.

Pero esta mañana no puedo, tengo un odio biliar resquemándome por dentro. Está ahí, latente en cada portazo, en cada golpe sobre la mesa, sobre cada tecla que escribo y en cada "no" que gruño detrás de una puerta cerrada.

No quiero vivir, no quiero morir.
No quiero estar, no quiero existir.
No quiero verlos, no quiero que me vean.
No quiero nada de ti ni de mí.
No quiero que se me note en la cara.
No quiero que se me note en los huesos.
No quiero que se me note, punto.

Estoy completa.
Completamente destruída, pero completa.

sábado, 5 de marzo de 2016

Un verano menos

Puedes decir que no, gracias, pero se ofenderían. Te lo han advertido cien veces ya, así que sigues comiendo. Unos, dos. Tres pasteles si con eso consigues que dejen de insistirte. Así por un mes.
Cinco días después, comienzas a sentirte como si tuvieras 10 kilos más que cuando llegaste. Sientes la piel flácida, la cintura ancha, los glúteos marcándose a través del pantalón. Observas tus piernas al andar gruesas, celulíticas. 
Veinte días después, la figura maternal aparece con sus desatinados comentarios mientras comes, mientras andas, mientras la visión de tus muslos contra el cuero del asiento trasero te marea. 
La psicosis va creciendo, hasta que treinta días más tarde la báscula por fin te indica que han sido 2 kilos extra y tus piernas al subir las escalas te devuelven una visión menos repulsiva.
El choque entre lo que esperabas leer en aquellos números versus lo que lees te relaja, te permites respirar más tranquila.

Ha podido ser peor, regálenme una semana.